El franquismo parecía monolítico. Pero esta supuesta unidad escondía bajo su piel a diferentes familias ideológicas, intereses no siempre coincidentes y dinámicas divergentes condicionadas por el eje territorial, las aspiraciones locales, las transformaciones económico-sociales y la evolución temporal. Estas disputas enterradas emergían episódicamente en la superficie, a medida que las sucesivas influencias ganaban o perdían ascendencia dentro del proyecto político de la dictadura. En medio de estas rivalidades, se erigía la figura incuestionada de Francisco Franco como árbitro –y principal beneficiario– de las peleas, ya que le permitían manipular a unos y otros, mientras consolidaba su poder y su régimen, adaptándolo a las necesidades del momento.
“La supervivencia foral en Navarra: el Antiguo Régimen contra el franquismo” por Patxi Caspístegui (Universidad de Navarra)
La tolerancia e incluso la favorable predisposición que el discurso oficial franquista mostró hacia Navarra, al considerarla una de las bases de la sublevación de 1936, se tradujo en el mantenimiento de los restos de un sistema foral que permitió cierto grado de autogobierno a través de la Diputación Foral. Esta tolerancia se mantuvo siempre y cuando no chocase con las directrices oficiales, o se enfrentase a la omnímoda voluntad de algún celoso gobernador civil. De hecho, hubo enfrentamientos de competencias, protestas y varias visitas de representantes navarros en demanda de amparo de la incontestable autoridad de Franco. Esta conciencia de la particularidad se esgrimió también frente a campañas de prensa que criticaban el mantenimiento de la peculiaridad navarra en el intenso centralismo del momento. Con todo ello se reforzó una conciencia regional conservadora y tradicional ya existente, que no cuestionaba la unidad española, y que perduró en la Transición y ha llegado hasta nuestros días.
“Falangistas vs. nacionalistas reaccionarios. La larga y decisiva batalla política de los años 50” por Ismael Saz (Universitat de València)
La historia del franquismo es, en cierto modo, la pugna entre dos corrientes dominantes: la de origen fascista y la proveniente del nacionalismo reaccionario. Distintas como eran, hubieron de poner en sordina sus diferencias cuando de lo que se trataba era de salvar al régimen, pero cuando pareció asegurada su supervivencia, hacia 1948, la lucha por imponer su propio proyecto político se situó en el centro de la vida política de la dictadura en los años cincuenta. A la altura de 1953 la pugna pareció concluir en una especie de tablas por la cual quedarían marginados los más radicales. Pero en los años sucesivos la soterrada pugna se recrudeció por motivos económicos (crisis terminal de la autarquía), sociales (sucesos universitarios de 1956, huelgas obreras) y políticos (pretensiones falangistas de situar al Movimiento como eje de la política nacional). Se llegó así a la crisis de 1957 que marcó indefectiblemente la evolución del régimen: se impusieron los llamados “tecnócratas” del Opus Dei con un programa liberalizador en lo económico, retrógrado en lo cultural, reaccionario en lo político y por encima de todo monárquico. Conseguirían esto último en 1969 con la designación de Juan Carlos de Borbón como sucesor de Franco a título de rey. Un legado de las batallas políticas de los 50 y un legado para la España democrática.